25 de noviembre de 2013

Simple

Era algún día de julio en vacaciones, mi mamá no estaba en la casa por alguna razón que hoy ya no recuerdo y todo era un desastre. Ropa sucia por el piso, diarios del perro llenos de pis, la mesa del comedor atestada de cosas inservibles acumuladas sin ordenar, una montaña de platos para lavar y otros tantos para guardar, las puertas del patio abiertas a pesar del frío invernal, la heladera vacía, todo era un caos ese día. Pero estaba bien, porque estaba con él. 
Habíamos improvisado unos fideos con manteca que se nos pegaron todos y la manteca la tuvimos que suplantar por aceite porque no había y entre algunos besos descuidados éste terminó en el piso. Y ahí estaba él con comida colgándole de la boca y la remera manchada con Coca-Cola y yo con un buzo dos veces mi tamaño más despeinada que de costumbre. Esto no era un cuento de princesas, yo no era una y él mucho menos un príncipe. Ni siquiera era romántico, ni había una canción que ameritara el momento, sólo nuestras risas. 
Siempre estuve a la espera de una escena de película, de algo perfecto, de besos dulces y conversaciones eternas, pero esto, esto era mucho mejor, porque era real. 
Hoy viéndolo todo desde más lejos puedo decir que lo mágico era eso, que no había magia, que no era perfecto y así y todo, se sentía tan bien.